domingo, 18 de octubre de 2015

Identidad y Diversidad, de la filosofía a la cultura*


Multiplicidad azulada. Aurelio Guerra. Acrílico sobre lienzo.


Cuando se me encomendó abordar el concepto de diversidad en esta charla, de inmediato consideré su contraparte; la identidad. La diversidad, es una noción que hace referencia a la diferencia, la variedad, la abundancia de cosas distintas o la desemejanza. Aunque el término diversidad no tiene una tradición filosófica, éste se vincula directamente con lo que en filosofía se conoce como particulares. Y de la misma forma en que a la diversidad se le contrapone la identidad, a lo particular, el universal.

Comenzaré, pues, comentando un poco sobre el término Universal, por ser el que quizá más debate ha suscitado a lo largo de la historia de la filosofía. En el Medievo, por ejemplo, uno de los grandes debates, además del teológico, es acerca de la existencia de los Universales.

Algunos filósofos medievales, entendían a los universales, como los términos que le son comunes a un conjunto de entes y que se identifican con la esencia. Los seguidores  de Aristóteles, argumentaban que el universal se predica por la naturaleza de varios entes, dando lugar así a la coincidencia de la esencia con el carácter abstracto. En otras palabras, lo Universal es aquello común que comparten un grupo de individuos. Esta posición se mantuvo en controversia con el denominado nominalismo, corriente que sostenía que los universales son sólo un concepto, un nombre con el cual designamos un conjunto de seres distintos. Además de estas dos posiciones, está la teoría del realismo objetivo, que postula, junto con Platón, la realidad ontológica de los Universales, independientes de los entes particulares.

Por su parte, el término de identidad, es uno de los más importantes para la creación de la lógica clásica, en tanto que la misma basa su saber en tres principios conocidos intuitivamente, el primero es el principio de no contradicción (no es posible que algo sea y no sea, al mismo tiempo, y bajo la misma consideración); de él se sigue el de identidad (algo es igual a sí mismo) y el de igualdad (dos cosas iguales a una tercera son iguales entre sí). De lo anterior, destaco nuevamente el concepto de identidad, aquello que es igual a sí mismo, pero, en el hombre y en las culturas, ¿cómo mantener el principio de identidad diferenciándonos radicalmente del resto y a la vez mantenernos incluidos en una visión que nos sea común a todos?, ¿es posible la multiculturalidad en un mundo que aboga por Derechos universales y principios fundamentales sin tomar en cuenta origen, religión, ideología, etc.? O, en términos de filosofía clásica, ¿cómo armonizar la teoría de la existencia de particulares en relación a un Universal esencial y común a todos los hombres?, y en términos prácticos, ¿cómo dignificar la diversidad en medio de un mundo que impone y genera obligaciones fácticas e ideológicas?

La apuesta se centraría en rechazar la tesis pesimista “el infierno son los otros”, expresada por Sartre en su famosa obra teatral, A puerta cerrada. Si tomáramos esta como una visión correcta al respecto de la otredad, del semejante, del prójimo, tendríamos que recordarnos constantemente; “yo soy el otro del otro”, dando lugar así a un verdadero averno entre individuos. ¿Cómo superar esta pesimista visión antropológica y cultural? Quizá siguiendo a Rimbaud quien escribe; “Yo es otro, ¡tanto peor para la madera que se descubre violín!”. En otras palabras, el conocimiento de sí mismo es dinámico, incompleto y precario, por lo mismo, la tolerancia y respeto hacia el otro debe mantenerse en el mismo nivel que a uno mismo, haciendo de la ética un cuidado de sí mismo y del otro.

La diversidad cultural, se refiere a la convivencia e interacción entre distintas culturas, incluso tomando a la propia diferencia como parte de un activo importante de la humanidad. Ésta, ha sido objeto no sólo de estudios teóricos y conceptuales, sino también políticos y normativos. Todo ello, debido a la intención de imposiciones culturales de tintes hegemónicos, y es en estos casos en los cuales el gobierno y las instituciones velan por proteger a la cultura que tiene menos poder para garantizar su subsistencia y, de esta manera, asegurar la diversidad cultural.

Un claro ejemplo de ellos es La Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural, proclamada por la UNESCO en noviembre de 2001. En donde establece a la diversidad cultural como patrimonio de la humanidad y factor de desarrollo. Así mismo, la vincula estrechamente con los derechos humanos, como garantes de la misma.


Para terminar, resalto y suscribo la importancia de retomar de manera constante los derechos humanos y el respeto a la diversidad en todos sus ámbitos, ejemplo de ellos son los colectivos de minorías que luchan constantemente por un lugar digno en el entramado complejo cultural. Desde aquellos que pugnan por la diversidad sexual y el respeto a la existencia de distintas orientaciones e identidades sexuales, hasta los grupos políticos y organizaciones no gubernamentales que luchan por la inclusión de los marginados, las etnias o los grupos indígenas históricamente aislado, todos ellos tienen la voz y su justo lugar, al menos, si nos consideramos una sociedad plural, las opiniones de los otros deben ser bienvenidas y sometidas a juicio, al igual que las del resto de nosotros, dándoles un lugar en el recuerdo o el olvido, en última instancia en el aprendizaje de ser uno en la multiplicidad. 

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*Este escrito, es realizado a partir de algunos apuntes que realicé para la charla "Salud, Paz, Arte y Diversidad", enmarcado en los "Diálogos con Café" del Festival Santa Lucía 2015. 



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