jueves, 30 de enero de 2014

La psicología y su papel de agente normalizador



Mucho se ha escrito y debatido sobre los inicios de la psiquiatría y la psicología como disciplinas que pugnaban por tener un lugar más cercano a las ciencias naturales que a las humanidades. 

Actualmente encontramos en la UANL que la Facultad de Psicología se encuentra ubicada en el campus del área de la salud junto a las Facultades de Odontología, Nutrición, Enfermería y Medicina. De hecho, durante la década de los setenta logró independizarse de la Facultad de Filosofía y Letras y dejó de ser un colegio de la misma. 

Es evidente que hay elementos biológicos (fisiológicos, químicos, neuronales, etc.) que son base de muchas de las actividades de las que hace objeto de estudio la psicología, por lo cual es indiscutible que hay un sustrato capaz de ser estudiado científicamente. No obstante, la realidad es que a los estudiosos de la psicología no les basta con saber los fundamentos materiales de la memoria, la motivación, el deseo, los sueños, la depresión, etc., sino que después de ello buscan la aplicación de dicho conocimiento en aras de una “salud psíquica”. 

La base sobre la cual se edifiquen los criterios para diagnosticar y tratar a los “enfermos mentales” es precisamente aquello en lo cual la ciencia no puede decir nada, calla tácitamente y da a paso a juicios de valor generados la mayor parte de las veces en una moral dominante; llámense criterios económicos, religiosos, educativos, políticos o cualquier otro. Podríamos pensarlos como lo que Althusser denomina "aparatos ideológicos del estado". Si el saber es poder, y este es ejercido en la multiplicidad de fuerzas inmanentes a un determinado dominio en el cuerpo colectivo (M. Foucault), habría que considerar al saber psicológico como un agente de ejercicio de poder sobre la sociedad.

Algunos ejemplos pueden ilustrar el papel que ha tenido la visión psicológica y psiquiátrica en la normalización de la sociedad, quizá bastaría recordar a Benjamin Rush (padre de la psiquiatría norteamericana) quien “descubrió” el desorden nervioso de la anarchia (locura anarquista), el cual consiste en un exceso de pasión por la libertad; consideraba que a los anarquistas dicho trastorno les ha arrebatado toda moral religiosa e incluso la idea de dios, dejándolos sólo con una moral vaga. Ello explicaría sus deseos y comportamientos como un trastorno psicológico y no como una crítica político-social. 

Tenemos como otro ejemplo al psiquiatra inglés James Prichard quien consideró a la insanidad moral como un trastorno que tiene su origen en una alteración en los principios morales, los cuales están dañados y esto causa una desobediencia y falta de autogobierno. Dicho trastorno sirvió para diagnosticar adecuadamente a las hijas que no obedecían a sus padres. 

Cuando los esclavos negros en norteamérica tenían “ansias de libertad” y se manifestaba en una compulsión a fugarse, entonces nos encontrábamos ante una drapetomanía, pues evidentemente “el problema que presentan muchos negros a escaparse, puede prevenirse por completo” (Enfermedades y peculiaridades de la raza negra, 1851).




Lejos parecen estar estos inicios y ahora se puede pensar que nos hemos librado de tales prejuicios racistas y morales de hace siglos, por tanto deberíamos obviar que la homosexualidad fue considerada una enfermedad apenas en la década de los setentas, y que aún en los ochentas se consideró un trastorno de orientación sexual. Siguiendo esta lógica también deberíamos hacer la vista gorda al actual Trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad, el cual puede parecer precisamente la reactualización de “la insanidad moral”, pues es la desobediencia y la falta de autogobierno en los niños...

La psicología ahora como siempre, está condenada a no poder librarse completamente del elemento humanístico social, cada intento por ser puramente científica se convertirá irremediablemente en ideología (N. Brausntein), y nuestra labor es interpelar cada tentativa de psicopatologizar las denuncias subjetivas que se encuentran en lo que hoy aún se consideran trastornos.



viernes, 10 de enero de 2014

¿Por qué es éticamente correcto el derecho a abortar?




Para pensar el aborto son necesarias al menos dos condiciones,  por un lado establecer cuándo comienza la vida humana, posteriormente, enmarcar en una política su protección, esto último derivado necesariamente de una ética.
  
El derecho a la vida es el fundamento y piedra angular de toda ética. Es prácticamente imposible sostener la eticidad de cualquier otra acción sin que antes no se considere que la vida humana sea en sí misma el valor máximo. Lo contrario nos llevaría a carecer de al menos un bien universal objetivo, material e irreductible a cualquier otro, o lo que es lo mismo, se podría hacer lo que se plazca con el otro, incluyendo la muerte. Todas las sociedades actuales que se consideran organizadas bajo un Estado de derecho han visto que es necesario considerarlo de esta forma, sin embargo, lo problemático no es consensuar el derecho a la vida sino conceptualizar qué es y cuándo comienza la vida humana. 

De la definición que se tenga de vida humana y del ser humano se desprenderán los límites de la libertad. Parece obvio, para los no versados en el tema, que la encargada de otorgarnos esta definición debiera ser la biología, en tanto que es la ciencia que estudia a los seres vivos. Si fuera así, encontraríamos que vida es la capacidad de sistemas fisicoquímicos complejos de nacer, crecer y reproducirse, así como de responder a estímulos ambientales e internos. El siguiente paso es aquél que no puede ya dar dicha ciencia; responder ¿qué es el ser humano, cuándo comienza y termina? Para los biólogos, la vida humana no puede diferenciarse de la vida animal salvo por sus características específicas de la especie, pero en esencia es análoga. Si con esta definición nos movemos a la política, encontraríamos entonces imposible argumentar el porqué podemos matar animales pero no humanos, e incluso matar plantas o bacterias, pues todas, en tanto vivas, merecerían el derecho a la vida, o en su opuesto, si tenemos el derecho a matar animales, plantas y bacterias, no hay nada que nos diferencie del resto de seres vivos y por tanto también podríamos matarnos entre nosotros. Esto nos lleva a la necesidad de buscar una distinción del ser humano con el resto de vidas existentes. Normalmente no es entonces la biología la encargada de decirnos qué es un ser humano y qué nos distingue del resto de los animales, pues nos dirá que nos diferencia nuestra capacidad craneal, la oposición del pulgar o que somos primates bípedos, entre otras cosas, es decir, que somos un animal con características específicas, pero ¿es entonces la capacidad craneal o poder caminar en dos piernas lo que nos da derecho a la vida? Si nos alejamos de la biología con la desazón de no haber podido fundamentar qué nos hace tener el derecho a la vida sobre cualquier otro tipo de ser viviente, entonces nos preguntamos desde la filosofía ¿qué nos distingue del resto de los animales? Considero que la respuesta puede decirse de muchas formas pero es básicamente la misma, aquello que nos distingue del resto de los seres vivos es el alma (entendido en su sentido clásico y no religioso), la psique (ψυχή), conciencia, Yo, razón, etc. Si bien aceptamos la necesidad material de un cuerpo para la existencia de una psique, el ser humano, como único ser vivo con una psique racional (que incluye voluntad, deseos, sentimientos, etc.) no puede ser entendido únicamente como un cuerpo, la vida por tanto es irreductible a los procesos biológicos pero a su vez no hay vida sin ellos. Así pues, lo realmente complicado no es saber si tal o cual persona es ser humano, sino cuándo comenzó a serlo.

Siguiendo la definición de vida planteada por la biología, la vida está presente en el feto, pero también en el embrión, así como en el óvulo y el espermatozoide. La pregunta clave para permitir el aborto no es si el embrión tiene vida, sino si el embrión es una vida humana y si acaso esa vida es también un "ser humano". Parece obvio que el espermatozoide tiene vida, pero no es un humano, así como el óvulo, sin embargo, es común pensar que al momento de la fecundación se origina una nueva vida, la cual es ya en ese mismo momento, una nueva vida humana, con un código genético diferente a ambos progenitores y por tanto, es un ser humano único. En resumidas líneas, esta es la postura bajo la cual se argumenta el rechazo al aborto, pues así sea un día después y aún no se haya implantado el embrión, o se realice el aborto semanas posteriores y su gestación se haya comenzado, en ambos casos es ya un ser humano a quien se le está arrebatando el derecho a la vida.

La postura anterior es necesario matizarla. Si bien del espermatozoide y del óvulo se genera una nueva vida, esta aún cuando es una nueva vida humana, es muy diferente a llamarle ser humano, ¿qué es entonces? Precisamente un embrión humano, es decir,  es el inicio de un continuo que desembocará en un ser humano, sin embargo, todavía no lo es. ¿Cómo negarle el estatuto de humano a un embrión que de continuar el desarrollo normal será un humano? Pues bien, ya habíamos revisado que la biología no logra distinguir al ser humano y por ende fue necesario considerar que lo que hace propiamente a un ser vivo un humano es su psique (término con el cual al menos para efectos prácticos de este escrito tomaremos como concepto que engloba todos los mencionados como alma, razón, voluntad, Yo, conciencia, deseos, etc.), pues bien, la cuestión entonces será la siguiente ¿el embrión es una vida que posee psique? En las primeras semanas, el embrión es una vida material en desarrollo que conforme avance el proceso llegará a convertirse en un feto, con sus características morfológicas y funcionales del organismo humano y que en el nacimiento, acto inaugural de la vida (como nos ha mostrado Hanna Arendt: “en el idioma de los romanos, quizá el pueblo más político que hemos conocido, empleaba las expresiones ‘vivir’ y ‘estar entre hombres’ [inter homines esse] y ‘morir’ y ‘dejar de estar entre los hombres’ [inter homines esse desinere] como sinónimos”) adquirirá propiamente todos los derechos jurídicos del humano. 

Una ley de plazos que permita el aborto, como lo hacen los países que han legislado a su favor, es congruente con la visión propuesta en este escrito de lo que es un ser humano, pues el embrión no goza de los mismos derechos que un humano nacido, puesto que no hay forma de determinar un momento específico de la generación de un humano, el ser humano es un continuo que procede de una vida material anterior pero no reductible a ella. La necesidad de encontrar o determinar un momento único y específico para el comienzo de la vida humana lo que nos muestra es nuestra limitación de pensamiento causal, ya Heráclito insistía que todo es un devenir, siendo y no siendo a la vez, pero ello no implica que no haya un Logos que lo gobierne, sino que muestra que el gobierno del Logos no es capaz de ser captado con las limitaciones de nuestro razonamiento. 

Los argumentos filosóficos, como lo hace la filosofía de Zubiri, que esgrimen que en el embrión están ya presentes las capacidades de la psique, pero de forma pasiva y que con el tiempo se mostrarán de manera activa, son simples constructos teóricos para hacer pasar por racionales los verdaderos compromisos, a saber, los religiosos. Una filosofía que proponga que hay una psique pasiva en el embrión (que por otro lado es mero acto de fe creerlo, pues no hay forma de demostrarlo, lo que entra en una clara contradicción cuando se hace uso de terminología científica para justificarlo, o lo que es lo mismo, al afirmar que la hay psique su contraargumento es tan sencillo como decir que no la hay, ambas igual de válidas y ridículas) no es más que una forma tergiversada de decir que el alma (esta vez en su sentido religioso) está en él desde el momento de la concepción, como lo hace la teología católica. El problema no creo que radique en ser creyente, sino en ocultar los intereses y compromisos intelectuales que se tienen con las creencias y la fe individual, para después dar un paso más lejos e intentar imponer la moral propia a los otros. 

Por último, como hemos revisado, el derecho a abortar no es un problema de libertad o autonomía de la mujer, sino un problema de derecho y protección de vida, ya que si se entiende al embrión como humano es imposible otorgar la libertad de asesinar, así sea a quien porta al humano. Por consiguiente, sería imposible argumentar el aborto en cualquier de sus escenarios, ya sea por violación, malformación o voluntariamente. Sería ridículo pensar que se puede quitar la vida si es producto de una violación, claro está que este tipo de pensamiento ha llevado a aberraciones como obligar a mujeres a tener hijos no deseados, productos de violaciones o incluso a penalizarlas cuando se ha generado un aborto espontáneo por no haber cuidado adecuadamente a quien estarían obligadas a preservar su vida. Pero si, como hemos propuesto, es entendido al embrión como el inicio de un proceso que terminará en el nacimiento y la vida de un ser humano, entonces se puede actuar sobre él como un aún-no-humano, pero diferente a las cosas y a los animales pero también a nosotros mismos, una vida que requiere una protección jurídica especial para ella, pero no igual a la nuestra.