jueves, 25 de diciembre de 2014

La sinceridad en la hipocresía




Es por demás común escuchar en esta época a personas que ponen de relieve la exacerbada hipocresía que se destila por navidad. La crítica se orienta a señalar que de nada sirve abrazar a alguien un día y hacerle saber el afecto que se le tiene, si al siguiente día, u horas después, se actúa totalmente de forma contraria a las palabras antes proferidas, por lo cual, optan por oponerse cabalmente a este festejo cristiano. 

El ataque intelectual, por otra parte, proviene de quienes recuerdan que en realidad la navidad es una tradición con un crisol milenario de fiestas paganas, desde los antiguos romanos y “la fiesta del nacimiento del sol invicto”, correspondiente al solsticio de invierno en el cual la noche más larga del año se lleva a cabo, y por ende, la duración de los días comienza a ser cada vez mayor. Hasta las festividades de Saturnalia (en honor a Saturno, dios de la agricultura) en donde se hacían regalos. O quizá recuerdan la fusión intrínseca con la celebración del dios persa,  Mitra, que coincide con el 25 de diciembre, además de la fundición con rituales celtas que propiciaron los árboles decorados (Cfr. El Castellano). 

No olvidemos por último, el argumento marxista por antonomasia para desestimar la navidad, aquél que habla sobre la comercialización, el capitalismo, la enajenación y el fetichismo de la mercancía. 

En última instancia, lo que me parece que obvian todos ellos, es que durante la navidad aparece un fenómeno psicológico equivalente, sólo en su contrario, al de otra fiesta pagana: el carnaval (celebración que fusiona también desde festividades romanas hasta egipcias). 

Una posible etimología de “carnaval” refiere que proviene de “carne-levare” que significa “adiós carne” o “echar fuera la carne”, es un festín para despedir a la carne, justamente antes del comienzo de la cuaresma, en donde la purificación del cuerpo se propicia por la abstinencia y el sacrificio, por lo tanto el carnaval es el período de permisividad a la posterior represión de los placeres, propia de la cristiandad. 

Sigmund Freud, en su libro Tótem y tabú relacionó las fiestas totémicas con un exceso permitido; la violación solemne de una prohibición, es decir, la eliminación momentánea del tabú. En este mismo sentido, el carnaval funciona como fiesta en la cual está permitido dar rienda suelta a los placeres carnales, la posibilidad de aquello que está prohibido el resto del año. Algo parecido podemos observar con el fenómeno universitario de los “spring breakers”. 

Regresando a la navidad y la aparente hipocresía de cariño y fraternidad, habría que considerar que con ella sucede algo parecido al carnaval, pues es durante este día, en que se da una suspensión de ciertas reglas sociales y morales que nos dictan un comportamiento respetuoso con el otro, hasta el punto de no abrazarlo o darle un beso, así mismo, es posible en función de la permisividad del día, volver a cruzar palabra con quienes el orgullo y la dignidad nos impiden hacerlo el resto del año. Lo anterior no implica que al día siguiente cambiemos y nos reconciliemos, ni tampoco que volvamos a abrazarnos cada vez que nos veamos, sino solamente es el momento anual en el cual se nos está permitido externar afecto y recibirlo sin necesidad de una cuidadosa interpretación moral. Es probable que en poco tiempo, ese abrazo que fue sincero en el momento, en retrospectiva se piense hipócrita y aparezcan interpretaciones acerca de lo acontecido durante este día, ayudando a regresar a todos al lugar en el cual sabemos des-envolvernos. 

Así pues, la navidad es un día en el cual se suspenden ciertas restricciones y permitimos hablarnos y estrechar un lazo que quizá dure tan sólo unos minutos, pero no por ello es hipócrita, ya que sólo lo será en función de la interpretación posterior que demos de él. 


jueves, 16 de octubre de 2014

“Filosofa, pero no aquí…”




Dentro de mi formación profesional, he optado además de la Universidad y lo autodidacta, por grupos de estudio no institucionalizados. Entre ellos, hay un círculo de estudio psicoanalítico al que pertenecí por más de siete años y que hace apenas unos días me vi obligado a abandonar por razones totalmente externas a mi voluntad. 

Entre otras acusaciones, se me ha dicho que genero preguntas ajenas al campo psicoanalítico en aras de mostrar inconsistencias y errores de la teoría, es decir, hacer filosofía en donde de lo que se trata es de psicoanálisis. Un argumento en mi contra, es que para estudiar psicoanálisis tenemos que “presuponer” muchas cosas, y a partir de ahí comenzar nuestra disertación. Así mismo, se me acusó de no considerar el interés de mis compañeros de estudio y preguntar algunas cuestiones que únicamente me interesan a mí, por último, también se me dijo que me desenvuelvo en un cómodo papel de ignorante que no asume una postura, para desde ahí sólo preguntar y nunca ser capaz de posicionarme en una perspectiva particular. 

Aun cuando respondí en su momento y a la persona que lanzó tales acusaciones en mi contra, me siento en el deber de responder también en este espacio, ya que estas cuestiones me parecen que rondan en más de un grupo psicoanalítico que marginan a quienes no coinciden cabalmente con la posición que ostentan. 

A la primera acusación sobre realizar cuestionamientos epistemológicos al psicoanálisis, me opongo firmemente a pensar que “hacer psicoanálisis” es únicamente hablar de la clínica. En última instancia, el saber psicoanalítico descansa en una teoría que, se quiera o no, responde a una epistemología y una ontología. Si la manera “correcta” de pensar el psicoanálisis es obviando estos aspectos, y dejándolo de lado en nombre de que “eso es filosofía”, entonces los psicoanalistas estamos condenados a seguir realizando congresos para nosotros mismos, en un onanismo intelectual que se puede presenciar en muchos eventos de grupos psicoanalíticos. 

A la segunda acusación sobre no considerar el interés grupal en mis preguntas y forma de abordar los temas a tratar, me parece absurdo, si no es que ingenuo, pensar que alguien puede lanzar una pregunta genuina esperando ayudar al otro. Un verdadero ejercicio intelectual se realiza con uno mismo, entre colegas y maestros, pero en el último de los casos, las interrogantes lanzadas siempre serán desde la particularidad y el interés único del que las hace, de hecho, los grupos de estudio surgen de la convergencia de intereses comunes pero no por ello idénticos. Lo que quiero expresar, es que pienso que toda pregunta genuina, es particular y nunca en función del grupo. La subjetividad del interés del conocimiento juega un papel fundamental es aquello que formulamos. 

Por último a la tercera acusación, sobre no tomar postura al respecto del psicoanálisis, basta revisar los escritos en este sitio desde el año 2009, en donde públicamente me posiciono al respecto de múltiples cuestiones tanto filosóficas como psicoanalíticas. Doy mi nombre en las diversas redes sociales y en este espacio, para desde aquí, argumentar y defender aquél lugar al que he llegado tras una o muchas reflexiones. Es impertinente hacerme pasar por alguien que no es capaz de tomar posición, para muestra, las decenas de artículos aquí publicados, los seminarios en los que he participado como ponente, así como las conferencias y mis clases universitarias. 

Lamento enormemente haber sido expulsado de un grupo al que le debo no sólo respeto, sino cariño, sin embargo, me encuentro ahora con que no era el lugar para pensar, para dialogar desde otros saberes o para exponer formas alternas de concebir al psicoanálisis. Maestro, lo siento, pero en esta ocasión estoy seguro de que se equivoca, filosofar no sólo es posible, sino necesario, allí y en cualquier otro sitio. 

lunes, 30 de junio de 2014

La supremacía del valor de la vida en el ateísmo





El existencialismo no es de este modo 
un ateísmo en el sentido de que se extenuaría 
en demostrar que Dios no existe. 
Más bien declara: aunque Dios existiera, esto no cambiaría; 
he aquí nuestro punto de vista. No es que creamos que Dios existe, 
sino que pensamos que el problema no es el de su existencia; 
es necesario que el hombre se encuentre a sí mismo y
se convenza de que nada pueda salvarlo de sí mismo, 
así sea una prueba válida de la existencia de Dios.
J. P. Sartre. El existencialismo es un humanismo


En reiteradas ocasiones he escuchado como argumento a favor de la vida, la creencia en la existencia de dios, comúnmente se considera que el creer en él hará que la vida tenga una trascendencia y por lo tanto una importancia mayor, haciendo así que se deba velar por ella, ya que el hombre no acaba tras la muerte física. El dictado teológico indica por lo tanto, que debe protegerse hasta su muerte natural para su adecuada trascendencia espiritual.

Mi posición e interpretación es diametralmente opuesta, considero que es precisamente la no creencia en la existencia de dios (aquí no estoy discutiendo si existe o no, sino las consecuencias de creer en él o negarse a hacerlo) es lo que hacen que el actuar y la valoración de la vida se vuelva aún más importante. 

Si en la esencia del ser humano está la inmanencia, es decir, su existencia real perece junto con el cuerpo, ya que su ser se agota en sí mismo, entonces la vida material se vuelve un asunto de mayor interés. A diferencia de considerar que se trasciende tras la muerte física, el inmanentismo realzará la vida material y por consiguiente las decisiones tomadas alrededor de ella se convierten en fundamentales. 

Bajo una perspectiva teísta, la vida material se subordina a leyes divinas o religiosas dictadas por el ser superior, mientras que en el ateísmo, el orden universal está ausente y sólo es posible entonces construir el mejor mundo posible para postergar la inevitable muerte y la pérdida de conciencia de manera perpetúa. 

Es claro que aquí estoy reduciendo la problemática a únicamente dos posturas en sus extremos, entiendo que también un panteísmo resolverá la angustia de la muerte y la inmanencia en la creencia de una reintegración o continuidad con el todo, así como otras alternativas de respuesta ante lo inusitado que nos presenta la muerte. Sin embargo, la mayor parte de los sujetos, colocan su creencia en los dos postulados aquí enunciados; hacen del ser humano un ser trascendente y por ello la vida material se subordina a una vida supranatural, o bien, consideran que la materia es lo único que existe, y con ello se convierte la vida terrenal en el punto más importante y valioso sobre cualquier otra existencia. 



sábado, 14 de junio de 2014

El psicoanálisis ante el suicidio



“La muerte propia no se puede concebir; 
tan pronto intentamos hacerlo podemos notar 
que en verdad  sobrevivimos como observadores. 
Así pudo aventurarse en la escuela psicoanalítica esta tesis:
 En el fondo, nadie cree en su propia muerte, 
o, lo que viene a ser lo mismo, 
en el inconsciente cada uno de nosotros 
está convencido de su inmortalidad”
S. Freud. Nuestra actitud hacia la muerte (1915)


En múltiples foros, artículos, libros y demás, se insiste en distinguir al psicoanálisis de la psicoterapia. La insistencia radica en resaltar el hecho de que el psicoanálisis no pretende “curar” en su sentido adaptativo que suele usarse en el campo “psi” y cuya teleología pertenece prácticamente a toda psicoterapia. Otro punto que se reitera es que desde la perspectiva psicoanalítica no existe verdaderamente un modelo de salud-enfermedad; digamos que todos somos poseemos un cierto grado de “patología” (bastante claro este punto con el título del clásico texto freudiano Psicopatología de la vida cotidiana, es decir, la vida misma contiene normalmente elementos patológicos o al menos sintomáticos). 

Desde una lectura de esta índole, el sujeto que acude a un psicoanálisis y cuyo motivo que lo lleva es un intento de suicidio, o al menos pensamientos recurrentes sobre ello, el psicoanalista tiene frente a sí a una persona que dista de comprenderla como enferma mentalmente, pero esto no significaría que no deba plantearse como objetivo impedir el suicidio. 

Por un lado, los más extremistas psicoanalistas plantean que la labor real de un psicoanálisis es interpretar y hacer consciente lo inconsciente, responsabilizando de esta manera al Yo de aquellos deseos que reprime; si el resultado de esta labor conduce al sujeto a la felicidad o a la adaptación, es una finalidad secundaria ajena a la propia labor del psicoanalista. Si reducimos al psicoanálisis de esta manera, un acto como el suicidio durante el análisis podría incluso leerse no como un error o falla del mismo, si no como la asunción del deseo de muerte. 

Me parece que una lectura de esta índole es errónea y reduccionista, si bien coincido en que el objetivo del psicoanálisis no es adaptar a una sociedad que en sí misma ha generado como síntoma a las psicoterapias, tampoco considero apropiado desmarcarse de una responsabilidad clínica y social hacia la persona que se hace psicoanalizar. 

El psicoanalista, cuando recibe a un sujeto con una tentativa de suicidio, el planteamiento que debe imperar es considerar inadecuada dicha vía como solución al conflicto interno que presenta y acude a mostrar. Si bien, hay que tener en cuenta no fungir inmediatamente como una madre protectora que cuida y consciente, tampoco tendría por qué no pensarse que un objetivo per se sea el impedir el suicidio. 

Ante el psicoanalista, se presenta un sujeto psíquico escindido, cuyo Yo débil y sufriente acude y demanda ayuda, en realidad, de alguna manera el Yo continúa negando que la muerte se dé en el suicidio, es decir, lo que en realidad pretende es la incesante búsqueda de placer, no la desaparición misma de su conciencia, sino la huída del dolor. Si bien, los motivos por los cuales el suicidio aparece como una vía de solución, el analista los tiene que comprender entonces desde la lógica de la metapsicología, en donde los conflictos entre las diversas instancias psíquicas y las pulsiones generan sufrimiento en el Yo, todo lo hace desde una búsqueda de recuperación o mantenimiento de la vida del sujeto. 

En última instancia, es cierto que el psicoanálisis no pretende curar, hacer feliz o adaptar, sino tan sólo –como bien insistió Freud en su definición de la salud psíquica– devolver la capacidad de amar y trabajar, adjudicar al Yo su miseria humana y hacerlo capaz de enfrentarla sin la necesidad de un pasaje al acto irreversible. 


jueves, 29 de mayo de 2014

¿Leyes morales o leyes ontológicas embrionarias? A propósito de la discusión a la reforma de la Constitución Política de Nuevo León



En Nuevo León (México) se ha desatado una intensa polémica por el cambio que se ha propuesto a la Carta Magna de dicho Estado, en la cual se pretende reconocer, proteger y tutelar a todo “ser humano”, pero entendido a éste como existente desde el momento de la concepción hasta su muerte natural. En la actual legislación, sólo se establece que “toda persona en el Estado de Nuevo León tiene derecho a gozar de los mismos [derechos humanos fundamentales] y de las garantías que consagra esta Constitución” (Artículo 1), lo que se intenta es incorporar no un planteamiento de “persona jurídica” sino de “ser humano”.

Ciertos grupos “pro-aborto” entienden a esta iniciativa como una "ley antiaborto", aunque realmente en Nuevo León el Código penal ya establece en su artículo X al aborto como un delito, entendiendo a éste como “la muerte del producto desde la concepción y en cualquier momento de la preñez”; las penas oscilan de los 6 meses a 3 años de prisión. Los casos en que no es punible son cuando corre riesgo la vida de la madre gestante, o de un grave daño a su salud, además de los casos de violación. En resumen, realmente en Nuevo León el aborto no es legal, sino que incluye excepciones a la pena (siguiéndose considerando delito), es interesante que en el Estado vecino de Coahuila el Código Penal incluye como aborto por motivos graves cuando haya “temor razonable de graves alteraciones congénitas o genéticas del producto”, y la pena va de 3 días a 6 meses de prisión. Aún cuando sigue considerándolo un delito, la atenuante de la malformación fetal otorga un grado menor de pena, caso que Nuevo León no contempla. 

La iniciativa propuesta y aprobada ya por el Congreso, lo que realmente busca no es hacer del aborto un delito, en tanto ya es considerado como tal, sino impedir leyes posteriores que hagan del aborto un derecho sanitario, como lo es en el Distrito Federal. Además las consecuencias de esta aprobación, se verán reflejadas cuando propongan cambiar el Código Penal para impedir el aborto por violación o en casos de riesgo a la salud o la vida de la madre, en otras palabras, las secuelas reales no están en impedir el aborto voluntario determinado por una ley de plazos (como lo hace el Distrito Federal o los países en donde es permitido), sino tutelar al embrión estableciéndolo como ser humano protegido legalmente por el Estado de derecho. 

Desde mi particular punto de vista, la discusión y argumentos de quienes intentan impedir esta nueva legislación e incluso promover una ley de plazos para el aborto voluntario, deberían estar encaminados en otro sentido, ya que argumentar como un derecho de la mujer el aborto, es insostenible en tanto no existe tal en Nuevo León y esa no es la discusión de esta propuesta, además la discusión por parte de los grupos impulsores de esta iniciativa no está en restringir o negar un derecho a las mujeres, sino en otorgar uno al embrión, pues lo comprenden como “ser humano”, si lo entendiéramos todos de esta manera, entonces sería imposible promover el aborto, ya que es equiparable al homicidio. La modificación a la ley es a favor del embrión, no es contra de las mujeres. Por lo cual los argumentos, al menos momentáneamente, tienen que ser en relación a porqué el embrión no debe poseer esos derechos. 

El embrión, desde el momento de la concepción, ciertamente es “una vida humana”, sin embargo, dicha vida para quienes están a favor del aborto (a partir de aquí me incluyo), entendemos que debería de tener menor protección jurídica en el choque de derechos entre él y la mujer gestante. Es decir, la "vida humana" no debe ser elevada a un rango inviolable en todos los casos, sino que se debe entender al “ser humano” y sus posteriores derechos fundamentales y civiles otorgados por una gradación que el propio Estado provee, por ejemplo, en el caso del derecho civil a votar, lo conseguimos al llegar a una edad biológica de 18 años (existimos para el Estado como personas jurídicas desde el nacimiento, no desde la concepción), dicho derecho civil no es fundamental, sino obtenido bajo ciertos parámetros. De esta misma forma, el embrión no debe ser protegido ni tutelado por el Estado como un bien jurídico, ya que la mujer ha conseguido derechos que el embrión aún no posee (autonomía), la propuesta lo que intenta es otorgar un derecho fundamental al embrión (derecho a la vida) y en ese caso sería mayor que un derecho a la autonomía sanitaria de la madre, que no es un derecho de primer orden.  

La verdadera discusión es más profunda que el derecho o no al aborto, lo que está en juego es el estatuto ontológico del embrión, por un lado quienes pretenden tutelarlo otorgan estatuto de ser humano, mientras que quienes defienden el aborto libre, conciben al embrión como “una vida humana” sin valor jurídico positivo (en el caso del embarazo y que la mujer desee continuar con él, el gobierno brinda los servicios sanitarios correspondientes a favor de la salud de la madre, inicialmente no del embrión). Lo que también debe preocuparnos no es sólo la visión de restricciones a derechos (pues todos los derechos son limitados), sino la autocomprensión de seres humanos que tenemos, si pretendemos entender como ser humano a toda vida biológica genéticamente humana, entonces no sólo hace imposible el aborto en cualquier circunstancia, sino que también impedirá la discusión posterior a la eutanasia, o incluso podría llegarse a un planteamiento irracional de la protección de la vida sobre cualquier precio, promoviendo políticas de encarnizamiento terapéutico para evitar la muerte biológica. Estamos enfrente del reduccionismo biológico del ser humano a un conglomerado de genes, así sean dos, tres (como en el embrión) o incluso millones (como los adultos), parece ser que somos sólo eso.

Mi perspectiva es que el embrión humano no es un ser humano como tal, ya que no posee las características que harán posteriormente posible determinar la muerte tal como la entendemos aún hoy, en otras palabras, dependiendo también de cómo concebimos qué es la muerte del ser humano, podemos entender qué es la vida. Antes se entendía el arribo a la muerte natural con la parada cardiorespiratoria (aunque ahora se puede evitar por medio de aparatos hospitalarios), entonces se giró a entenderla como la “muerte cerebral”, sin embargo, se puede llegar a tener muerte de la corteza cerebral (conciencia) y seguir con funciones autónomas como la respiración y la frecuencia cardíaca, o incluso tener muerte cerebral total y continuar con dichas funciones artificialmente. En cualquier caso, el embrión no posee ni cerebro ni pulmones o corazón, mucho menos conciencia, por lo cual dista de poder entenderse a la muerte del embrión como un homicidio o una muerte de un ser humano, es, como he dicho, una muerte de un embrión humano que jurídicamente no debería poseer la misma protección que la mujer gestante.

viernes, 23 de mayo de 2014

Derivaciones de una maternidad biotecnológica; problemas gen-éticos*







Si no hallo a quien me dio a luz, la vida me será imposible, 
y, si me fuera permitido hacer un voto, 
pueda esa mujer [aquella que me dio a luz] ser ateniense 
a fin de que yo tenga el derecho a hablar libremente
Eurípides, Ión. Versos 671-675

Las condiciones bajo las cuales ha sido engendrado y llegado al mundo un hijo, han constituido un punto nodal para la autocomprensión como padres, pero a su vez, también para asumir la propia posición de hijo. Eurípides en la tragedia Ión (siglo V a.C.), nos presenta justamente un hijo que busca su propia biografía en manos de los otros, intentado dar cuenta de él y su lugar, comprendiéndose a sí mismo a partir de lo que sus padres son o fueron. 

En 1908 Freud dilucidó en su escrito La novela familiar de los neuróticos, la fantasía común infantil –pero que sobrevive años después–, en la cual la disconformidad y desprecio hacia los padres, lleva a considerar a otros adultos como padres preferibles por sobre los propios, fantaseando con sustituirlos a ambos por quienes, a la vista del niño, contengan las características por él buscadas. Esta situación parece ahora dar una inversión, hoy son los padres aquellos quienes fantasean con la elección de un hijo bajo ciertas características. La biotecnología, por su parte, brinda herramientas para sostener el ensueño diurno en los padres que se piensan como procreadores de una vida específica, otorgando la posibilidad de una alteración genética para favorecer, por ejemplo, la reducción potencial de una enfermedad, pero también elegir el sexo del hijo, o incluso llevar a cabo una manipulación genética para generar un fenotipo en específico (color de cabello, de ojos, entre otros). Estas cuestiones han sido ya abordadas por la Comunidad Europea en el tratado conocido como Convenio de Oviedo (1997), en el cual en su artículo 13 prohíbe la intervención en el genoma que no sea por razones preventivas, diagnósticas o terapéuticas, y en el artículo 14 prohíbe la elección del sexo del hijo. Este Convenio ha sido firmado por los países miembros del Consejo de Europa, pero no están suscritos a él muchos otros países exteriores a Europa, aun cuando pueden ser incluidos como Estados invitados en el Convenio, tal es el caso de México que no lo ha firmado y deja en una laguna jurídica muchos de estos aspectos.

Es claro que el deseo de bienestar y salud del descendiente ha estado presente históricamente en los padres, pero otrora se abandonaba este deseo en manos de la divinidad, de la physis (Naturaleza), o en el último de los casos al azar, éste gobernaba sobre la vida del nasciturus. En las últimas décadas, la ciencia médica, acompañada de la técnica, ha logrado oponerse a la aparente naturaleza inquebrantable y lleva avances tan importantes como hacer sobrevivir a bebés nacidos con veintiocho semanas de gestación y con un peso inferior a los dos kg., incluso alcanza a mantener vivo por semanas a recién nacidos con anencefalia (ausencia parcial o total del cerebro), hecho que desemboca a su vez en un serio planteamiento ético: ¿es correcto prolongar la vida y a la vez el sufrimiento de un bebé por el deseo irrenunciable de los padres de mantenerlo vivo bajo todas las circunstancias posibles aun cuando se sabe a ciencia cierta que morirá? La medicina inscrita en los tradicionales deberes éticos del respeto a la vida, la dignidad de la persona y la salud, también puede llevar su lógica a la necedad irracional. Cuando se plantea la posibilidad del aborto en fetos con anencefalia, algunos lo leen como la invitación al homicidio de un hijo, cuando puede entenderse también como la acción médica correspondiente para evitar caer en el encarnizamiento terapéutico y la prolongación del sufrimiento del otro.

La práctica para detectar esta y otras malformaciones es llamada Técnica de Diagnóstico Prenatal, la cual “permite conocer la presencia de malformaciones embrio-fetales y estudiar el genotipo a cuya alteración pudiera tener como expresión una serie de graves malformaciones y enfermedades” (Simón, V. 2006). El resultado positivo de dicho diagnóstico desembocará únicamente en dos alternativas; a) la aceptación de los padres de su hijo con tal enfermedad y la puesta en marcha de los dispositivos clínicos para curar, o en la medida de lo posible mejorar las condiciones del hijo por venir, o bien, b) brindar un “argumento científico” para la realización del aborto, el que por ciertos grupos críticos a dicha acción les ha dado por llamar “aborto eugenésico” o “eugenesia negativa”. En este caso, se distingue la vida que merece la pena de ser vivida de la aquella que no lo merece, todo ello en función de poseer o no alguna enfermedad. Es importante señalar que hay enfermedades incompatibles con la vida (tal es el caso mencionado anteriormente de la anencefalia), y por otro lado, hay enfermedades que no imposibilitan la vida pero sí limitan seriamente su calidad (como lo es el Síndrome de Down), en especial cuando está inserta en nuestra era mercantilizada que enaltece a la persona en función de su capacidad productiva para la propia sociedad.

En México, la regulación legal sobre el Diagnóstico Prenatal es casi nula, y en cuanto al aborto por malformaciones, es variable en función de la legislación de cada entidad federativa. En Nuevo León, por ejemplo, sólo es permitido el aborto cuando la mujer embarazada corre peligro de muerte o de grave daño a su salud, o bien, cuando el embarazo es producto de una violación, es decir, no está permitido el aborto por graves malformaciones o cualquier otra situación. En comparación a esto, el Estado de Coahuila, además de los casos mencionados en la legislación de Nuevo León, también agrega como “aborto no punible” cuando el producto “padece alteraciones genéticas o congénitas, que den por resultado que nazca un ser con deficiencias físicas o mentales graves” (Código Penal, 2013). En el caso del Distrito Federal, igualmente no es sancionable en casos de ser diagnosticado con dichas malformaciones, además el aborto voluntario es llevado de manera libre hasta antes de las doce semanas de gestación.

Alejo la presente discusión ética del aborto voluntario, que bajo el lema de la “maternidad libremente elegida” se ha logrado constituir en muchos países como un derecho. En esos casos, la mujer se niega a ser madre bajo cualquier circunstancia, es una decisión única e intransferible por su parte, mientras que en los casos de fetos detectados con enfermedades, se elige la maternidad con criterios específicos demandados al hijo. La cuestión verdaderamente preocupante en el debate ético se transfiere de lugar; hay una radical diferencia entre el hijo no deseado bajo ningún aspecto (aborto voluntario), al hijo no deseado si no cumple con ciertos criterios (aborto eugenésico). Así, los padres deciden “cuál” hijo merece vivir y “qué” hijo no (subrayo la diferencia entre la elección de la palabra “cuál” para designar al hijo deseado, como sujeto personal, y el “qué” para resaltar la reificación del nasciturus en el discurso discriminatorio). 

De aquí podemos deducir que las técnicas de diagnóstico prenatal son una herramienta de control de calidad, lo cual significa que intentan la unificación de criterios y características específicas para la “(re)producción” humana. Quizá esto también puede entenderse como la parte repulsiva del discurso moderno de igualdad, pues si aquello que se busca es que todos seamos iguales, entonces se intenta prescindir de la diversidad, así sea funcional; “la equidad allana nuestras pequeñas diferencias para restablecer la apariencia de igualdad, y pretende que nos perdonemos muchas cosas que no estaríamos obligados a perdonarnos” (Nietzsche, 1999).

La procreación se dejó de entender como un evento natural y ahora se piensa como un acontecimiento elegido, la paternidad o maternidad es usurpada de manos de la divinidad o la naturaleza y también de la obligación a una ley moral. El principio de autonomía lleva a la mujer a ser la principal protagonista en la hora de la procreación, aunque cabría preguntarse si no sería conveniente pensar que es el hijo quien lo debiera ser. El filósofo alemán Jürgen Habermas sostiene que hay que seguir distinguiendo entre lo técnicamente posible y lo moralmente inaceptable, pues la manipulación en la creación de seres humanos afecta a nuestra autocomprensión como especie, así pretende hacer girar la pregunta imperante en una sociedad tecnificada que sólo busca el cómo, mientras la verdadera cuestión es el por qué (Habermas, 2001). ¿Qué criterio tenemos para poder hacer avanzar a nuestra especie hacia una dirección genética en particular, erradicando a quienes no cumplen con nuestra previa visión?

Otro de los nuevos planteamientos biotecnológicos que vienen a modificar la forma de comprender la maternidad, es la técnica de reproducción asistida llamada ROPA (Recepción de Ovocitos de la Pareja), esta práctica es cada vez más difundida entre parejas de lesbianas que buscan ser ambas madres de un mismo hijo. La técnica consiste en que una de ellas es sometida a la estimulación ovárica y aporta los ovocitos que serán posteriormente fecundados in vitro por el espermatozoide de un donante conseguido en un banco de semen. Una vez fecundados los óvulos, los embriones se transfieren a su pareja. De esta manera, las dos mujeres serán “madres biológicas” del mismo hijo, pues la primera aporta la carga genética y la segunda es la madre gestante y quien dará a luz. Esta posibilidad está muy restringida todavía actualmente, son muy pocos países los que brindan esta opción, tal es el caso de España en donde la Ley sobre de técnicas de reproducción humana asistida no brinda ninguna limitante al respecto, en tanto que en otros países que también aceptan la Fecundación In Vitro, presentan algunas restricciones que frenan este tipo de técnica; pues obligan al anonimato de la mujer donante de ovocitos (lo que impediría elegir el óvulo fecundado de la pareja), o bien, prohíben la subrogación gestante, lo que igualmente impide poder inseminar a la pareja con pleno conocimiento de quién es la donadora de los ovocitos.

La técnica ROPA parece dar solución al deseo de ser madre(s) en parejas lesbianas, sin embargo, la pregunta ética que se impone resulta más incómoda que la acción emprendida, ¿Qué nos da derecho de llevar a la práctica la técnica ROPA? En otras palabras, ¿es éticamente adecuado “hacer” seres humanos cuya fecundación es producida de manera artificial (fuera del útero materno), por espermatozoides de un anónimo, y cuyos embriones conseguidos son transferidos a otra mujer (esto sin mencionar que no se transfieren todos los embriones producidos, se transfieren tres en cada ciclo, por lo general quedan siete fuera. Además para seleccionarlos fueron previamente sometidos a un Diagnóstico Preimplantatorio para elegir aquellos que cumplen los requisitos exigidos por la madre, como puede ser una ausencia de genes que predispongan a una enfermedad)? Por último, se niega intencionalmente la posibilidad de saberse miembro de una especie con padre biológico. Sabidos son infinidad de casos en que el hijo desconoce al padre y es criado por su madre, o situaciones análogas, sin embargo, aquí la diferencia estriba en la intencionalidad del acto para con el hijo, en el cual se antepone el deseo sobre la filiación. Habitamos la época de lo posible; la maternidad ha sido instrumentalizada en nuestra era. La técnica está al servicio de quienes estén dispuestos a llevarla a la práctica, y por supuesto, tengan el dinero para ello. La discusión entre partidarios y opositores a estas técnicas se puede reducir en dos grupos: defensores de la dignidad de la vida versus impulsores de calidad de vida. Los primeros consideran indisponible la vida humana para deseos y fines individuales, mientras los segundos más que pensar en el medio y fin de la vida, argumentan en función de su nivel de calidad para ser vivida. 


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Bibliografía 

Código Penal de Distrito Federal. Última reforma 17 de enero de 2013.

Código Penal del Estado de Nuevo León. Última reforma 6 de enero de 2014.

Código Penal del Estado de Coahuila de Zaragoza. Última reforma 17 de mayo de 2013.

Convenio para la protección de los Derechos Humanos y la dignidad del ser humano con respecto a las aplicaciones de la Biología y la Medicina. Oviedo, España. 1997

Eurípides. Ión en Tragedias II. Ed. Gredos. España. 1995

Freud, F. La novela familiar de los neuróticos. Obras Completas. Tomo IX. Ed. Amorrortu. Argentina. 1992

Gomez-Heras, J. M. G. [Coord] Dignidad de la vida y manipulación genética. Biblioteca Nueva. Madrid, 2002.

Habermas, J. El futuro de la naturaleza humana. ¿Hacia una eugenesia liberal? Ed. Paidós. Argentina. 2001.

Ley 14/2006, de 26 de mayo, sobre técnicas de reproducción humana asistida. España

Nietzsche, F. El caminante y su sombra. Ed. Edimat. España. 1999

Simón Vázquez, C. Diccionario de bioética. Ed. Monte Carmelo. España. 2006
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*Artículo publicado originalmente en la Revista SuiGeneris No. 29.

miércoles, 19 de marzo de 2014

Igualitarismo procustiano




“La equidad allana nuestras pequeñas diferencias
 para restablecer la apariencia de igualdad, 
y pretende que nos perdonemos muchas cosas
 que no estaríamos obligados a perdonarnos” 
Nietzsche, F. El caminante y su sombra. Aforismo 32


Procusto, según la mitología griega, daba hospedaje a los viajeros que transitaban por las colinas del Ática. Les ofrecía recostarse en una cama de hierro y, mientras dormían, los amordazaba y “ajustaba” a la cama; si eran demasiado altos, les cortaba las extremidades que salían del camastro, si eran muy pequeños, los estiraba hasta que fueran del tamaño del lecho. La artimaña se basaba en que poseía dos camas diferentes, una pequeña y otra grande, por lo que ningún viajero podía quedar exento de la acción correctiva. 

La incesante búsqueda de la igualdad, a costa de cualquier precio, la encontramos en nuestra sociedad, un ejemplo son los eufemismos, en donde el lenguaje “políticamente correcto” busca endulzar la realidad. Cada día nos volvemos más incapaces de tolerar las diferencias y mucho menos de nombrarlas. Tal es el caso de la palabra “discapacitado” que se ha buscado a toda costa cambiar por “persona con diversidad funcional”, obviando que hablar de discapacitado indica que se está “privado de algo que naturalmente le corresponde, a él o a su género poseer” (Aristóteles, Metafísica. Libro V, Cap. 22). El término que utiliza Aristóteles es la palabra griega αδυναμία (adynamia) que se vertió al español como  incapacidad o impotencia, pero como lo indica puntualmente el traductor Tomás Calvo Martínez, para dicha palabra la traducción no es unívoca y se puede verter de múltiples formas en el español.  Consideremos por un momento el significado literal de adynamia (sin movimiento), es decir, aquello que ya no se genera pero tampoco se corrompe, carece ya de capacidad de cambio. 

Al igual que en los eufemismos, en donde las palabras buscan “estirarse” hasta que designen con igualdad lo que por sí mismas no contienen, ciertas luchas políticas y sociales también adolecen de la misma visión de igualitarismo procustiano; por ejemplo, la incesante y delirante búsqueda de hacer a las palabras neutras en su género gramatical para no hacer quedar “afuera” a las mujeres, o las leyes hechas expresamente para una minoría argumentando que buscan su protección pero a su vez lo que hacen es ir en contra de la misma visión propia del derecho.

Nos convertimos poco a poco en sujetos que niegan las diferencias, borramos las discrepancias tanto naturales como adquiridas y al grito de “todos somos iguales” otorgamos derechos incluso a los animales, ciertamente tomando de manera seria esta propuesta, terminaríamos en un quietismo absoluto, pues todo es uno y lo mismo. 

Allanar los contrastes y las incompatibilidades es tanto como borrar las subjetividades, horror de quienes pugnan por una esencia de ser humano, cuando hasta ahora lo que encontramos son individuos particulares y nunca ideales universales. Observemos que la palabra “ajustar” está emparentada con “justicia”, pues lo que hacía Procusto era precisamente “ajustar”; hacer que algo case y venga justo con otra cosa, pero justicia es lo contrario, es dar a cada uno lo que le corresponde. Diferencia insalvable entre ajustar y hacer justicia, entre igualitarismo y discriminación.



jueves, 30 de enero de 2014

La psicología y su papel de agente normalizador



Mucho se ha escrito y debatido sobre los inicios de la psiquiatría y la psicología como disciplinas que pugnaban por tener un lugar más cercano a las ciencias naturales que a las humanidades. 

Actualmente encontramos en la UANL que la Facultad de Psicología se encuentra ubicada en el campus del área de la salud junto a las Facultades de Odontología, Nutrición, Enfermería y Medicina. De hecho, durante la década de los setenta logró independizarse de la Facultad de Filosofía y Letras y dejó de ser un colegio de la misma. 

Es evidente que hay elementos biológicos (fisiológicos, químicos, neuronales, etc.) que son base de muchas de las actividades de las que hace objeto de estudio la psicología, por lo cual es indiscutible que hay un sustrato capaz de ser estudiado científicamente. No obstante, la realidad es que a los estudiosos de la psicología no les basta con saber los fundamentos materiales de la memoria, la motivación, el deseo, los sueños, la depresión, etc., sino que después de ello buscan la aplicación de dicho conocimiento en aras de una “salud psíquica”. 

La base sobre la cual se edifiquen los criterios para diagnosticar y tratar a los “enfermos mentales” es precisamente aquello en lo cual la ciencia no puede decir nada, calla tácitamente y da a paso a juicios de valor generados la mayor parte de las veces en una moral dominante; llámense criterios económicos, religiosos, educativos, políticos o cualquier otro. Podríamos pensarlos como lo que Althusser denomina "aparatos ideológicos del estado". Si el saber es poder, y este es ejercido en la multiplicidad de fuerzas inmanentes a un determinado dominio en el cuerpo colectivo (M. Foucault), habría que considerar al saber psicológico como un agente de ejercicio de poder sobre la sociedad.

Algunos ejemplos pueden ilustrar el papel que ha tenido la visión psicológica y psiquiátrica en la normalización de la sociedad, quizá bastaría recordar a Benjamin Rush (padre de la psiquiatría norteamericana) quien “descubrió” el desorden nervioso de la anarchia (locura anarquista), el cual consiste en un exceso de pasión por la libertad; consideraba que a los anarquistas dicho trastorno les ha arrebatado toda moral religiosa e incluso la idea de dios, dejándolos sólo con una moral vaga. Ello explicaría sus deseos y comportamientos como un trastorno psicológico y no como una crítica político-social. 

Tenemos como otro ejemplo al psiquiatra inglés James Prichard quien consideró a la insanidad moral como un trastorno que tiene su origen en una alteración en los principios morales, los cuales están dañados y esto causa una desobediencia y falta de autogobierno. Dicho trastorno sirvió para diagnosticar adecuadamente a las hijas que no obedecían a sus padres. 

Cuando los esclavos negros en norteamérica tenían “ansias de libertad” y se manifestaba en una compulsión a fugarse, entonces nos encontrábamos ante una drapetomanía, pues evidentemente “el problema que presentan muchos negros a escaparse, puede prevenirse por completo” (Enfermedades y peculiaridades de la raza negra, 1851).




Lejos parecen estar estos inicios y ahora se puede pensar que nos hemos librado de tales prejuicios racistas y morales de hace siglos, por tanto deberíamos obviar que la homosexualidad fue considerada una enfermedad apenas en la década de los setentas, y que aún en los ochentas se consideró un trastorno de orientación sexual. Siguiendo esta lógica también deberíamos hacer la vista gorda al actual Trastorno por déficit de atención con o sin hiperactividad, el cual puede parecer precisamente la reactualización de “la insanidad moral”, pues es la desobediencia y la falta de autogobierno en los niños...

La psicología ahora como siempre, está condenada a no poder librarse completamente del elemento humanístico social, cada intento por ser puramente científica se convertirá irremediablemente en ideología (N. Brausntein), y nuestra labor es interpelar cada tentativa de psicopatologizar las denuncias subjetivas que se encuentran en lo que hoy aún se consideran trastornos.



viernes, 10 de enero de 2014

¿Por qué es éticamente correcto el derecho a abortar?




Para pensar el aborto son necesarias al menos dos condiciones,  por un lado establecer cuándo comienza la vida humana, posteriormente, enmarcar en una política su protección, esto último derivado necesariamente de una ética.
  
El derecho a la vida es el fundamento y piedra angular de toda ética. Es prácticamente imposible sostener la eticidad de cualquier otra acción sin que antes no se considere que la vida humana sea en sí misma el valor máximo. Lo contrario nos llevaría a carecer de al menos un bien universal objetivo, material e irreductible a cualquier otro, o lo que es lo mismo, se podría hacer lo que se plazca con el otro, incluyendo la muerte. Todas las sociedades actuales que se consideran organizadas bajo un Estado de derecho han visto que es necesario considerarlo de esta forma, sin embargo, lo problemático no es consensuar el derecho a la vida sino conceptualizar qué es y cuándo comienza la vida humana. 

De la definición que se tenga de vida humana y del ser humano se desprenderán los límites de la libertad. Parece obvio, para los no versados en el tema, que la encargada de otorgarnos esta definición debiera ser la biología, en tanto que es la ciencia que estudia a los seres vivos. Si fuera así, encontraríamos que vida es la capacidad de sistemas fisicoquímicos complejos de nacer, crecer y reproducirse, así como de responder a estímulos ambientales e internos. El siguiente paso es aquél que no puede ya dar dicha ciencia; responder ¿qué es el ser humano, cuándo comienza y termina? Para los biólogos, la vida humana no puede diferenciarse de la vida animal salvo por sus características específicas de la especie, pero en esencia es análoga. Si con esta definición nos movemos a la política, encontraríamos entonces imposible argumentar el porqué podemos matar animales pero no humanos, e incluso matar plantas o bacterias, pues todas, en tanto vivas, merecerían el derecho a la vida, o en su opuesto, si tenemos el derecho a matar animales, plantas y bacterias, no hay nada que nos diferencie del resto de seres vivos y por tanto también podríamos matarnos entre nosotros. Esto nos lleva a la necesidad de buscar una distinción del ser humano con el resto de vidas existentes. Normalmente no es entonces la biología la encargada de decirnos qué es un ser humano y qué nos distingue del resto de los animales, pues nos dirá que nos diferencia nuestra capacidad craneal, la oposición del pulgar o que somos primates bípedos, entre otras cosas, es decir, que somos un animal con características específicas, pero ¿es entonces la capacidad craneal o poder caminar en dos piernas lo que nos da derecho a la vida? Si nos alejamos de la biología con la desazón de no haber podido fundamentar qué nos hace tener el derecho a la vida sobre cualquier otro tipo de ser viviente, entonces nos preguntamos desde la filosofía ¿qué nos distingue del resto de los animales? Considero que la respuesta puede decirse de muchas formas pero es básicamente la misma, aquello que nos distingue del resto de los seres vivos es el alma (entendido en su sentido clásico y no religioso), la psique (ψυχή), conciencia, Yo, razón, etc. Si bien aceptamos la necesidad material de un cuerpo para la existencia de una psique, el ser humano, como único ser vivo con una psique racional (que incluye voluntad, deseos, sentimientos, etc.) no puede ser entendido únicamente como un cuerpo, la vida por tanto es irreductible a los procesos biológicos pero a su vez no hay vida sin ellos. Así pues, lo realmente complicado no es saber si tal o cual persona es ser humano, sino cuándo comenzó a serlo.

Siguiendo la definición de vida planteada por la biología, la vida está presente en el feto, pero también en el embrión, así como en el óvulo y el espermatozoide. La pregunta clave para permitir el aborto no es si el embrión tiene vida, sino si el embrión es una vida humana y si acaso esa vida es también un "ser humano". Parece obvio que el espermatozoide tiene vida, pero no es un humano, así como el óvulo, sin embargo, es común pensar que al momento de la fecundación se origina una nueva vida, la cual es ya en ese mismo momento, una nueva vida humana, con un código genético diferente a ambos progenitores y por tanto, es un ser humano único. En resumidas líneas, esta es la postura bajo la cual se argumenta el rechazo al aborto, pues así sea un día después y aún no se haya implantado el embrión, o se realice el aborto semanas posteriores y su gestación se haya comenzado, en ambos casos es ya un ser humano a quien se le está arrebatando el derecho a la vida.

La postura anterior es necesario matizarla. Si bien del espermatozoide y del óvulo se genera una nueva vida, esta aún cuando es una nueva vida humana, es muy diferente a llamarle ser humano, ¿qué es entonces? Precisamente un embrión humano, es decir,  es el inicio de un continuo que desembocará en un ser humano, sin embargo, todavía no lo es. ¿Cómo negarle el estatuto de humano a un embrión que de continuar el desarrollo normal será un humano? Pues bien, ya habíamos revisado que la biología no logra distinguir al ser humano y por ende fue necesario considerar que lo que hace propiamente a un ser vivo un humano es su psique (término con el cual al menos para efectos prácticos de este escrito tomaremos como concepto que engloba todos los mencionados como alma, razón, voluntad, Yo, conciencia, deseos, etc.), pues bien, la cuestión entonces será la siguiente ¿el embrión es una vida que posee psique? En las primeras semanas, el embrión es una vida material en desarrollo que conforme avance el proceso llegará a convertirse en un feto, con sus características morfológicas y funcionales del organismo humano y que en el nacimiento, acto inaugural de la vida (como nos ha mostrado Hanna Arendt: “en el idioma de los romanos, quizá el pueblo más político que hemos conocido, empleaba las expresiones ‘vivir’ y ‘estar entre hombres’ [inter homines esse] y ‘morir’ y ‘dejar de estar entre los hombres’ [inter homines esse desinere] como sinónimos”) adquirirá propiamente todos los derechos jurídicos del humano. 

Una ley de plazos que permita el aborto, como lo hacen los países que han legislado a su favor, es congruente con la visión propuesta en este escrito de lo que es un ser humano, pues el embrión no goza de los mismos derechos que un humano nacido, puesto que no hay forma de determinar un momento específico de la generación de un humano, el ser humano es un continuo que procede de una vida material anterior pero no reductible a ella. La necesidad de encontrar o determinar un momento único y específico para el comienzo de la vida humana lo que nos muestra es nuestra limitación de pensamiento causal, ya Heráclito insistía que todo es un devenir, siendo y no siendo a la vez, pero ello no implica que no haya un Logos que lo gobierne, sino que muestra que el gobierno del Logos no es capaz de ser captado con las limitaciones de nuestro razonamiento. 

Los argumentos filosóficos, como lo hace la filosofía de Zubiri, que esgrimen que en el embrión están ya presentes las capacidades de la psique, pero de forma pasiva y que con el tiempo se mostrarán de manera activa, son simples constructos teóricos para hacer pasar por racionales los verdaderos compromisos, a saber, los religiosos. Una filosofía que proponga que hay una psique pasiva en el embrión (que por otro lado es mero acto de fe creerlo, pues no hay forma de demostrarlo, lo que entra en una clara contradicción cuando se hace uso de terminología científica para justificarlo, o lo que es lo mismo, al afirmar que la hay psique su contraargumento es tan sencillo como decir que no la hay, ambas igual de válidas y ridículas) no es más que una forma tergiversada de decir que el alma (esta vez en su sentido religioso) está en él desde el momento de la concepción, como lo hace la teología católica. El problema no creo que radique en ser creyente, sino en ocultar los intereses y compromisos intelectuales que se tienen con las creencias y la fe individual, para después dar un paso más lejos e intentar imponer la moral propia a los otros. 

Por último, como hemos revisado, el derecho a abortar no es un problema de libertad o autonomía de la mujer, sino un problema de derecho y protección de vida, ya que si se entiende al embrión como humano es imposible otorgar la libertad de asesinar, así sea a quien porta al humano. Por consiguiente, sería imposible argumentar el aborto en cualquier de sus escenarios, ya sea por violación, malformación o voluntariamente. Sería ridículo pensar que se puede quitar la vida si es producto de una violación, claro está que este tipo de pensamiento ha llevado a aberraciones como obligar a mujeres a tener hijos no deseados, productos de violaciones o incluso a penalizarlas cuando se ha generado un aborto espontáneo por no haber cuidado adecuadamente a quien estarían obligadas a preservar su vida. Pero si, como hemos propuesto, es entendido al embrión como el inicio de un proceso que terminará en el nacimiento y la vida de un ser humano, entonces se puede actuar sobre él como un aún-no-humano, pero diferente a las cosas y a los animales pero también a nosotros mismos, una vida que requiere una protección jurídica especial para ella, pero no igual a la nuestra.