martes, 17 de julio de 2012

Empédocles y Freud: El dualismo pulsional y la cosmogonía




“Lo que sigue es especulación, a menudo de largo vuelo,
que cada cual estimará o desdeñará de acuerdo con su posición
subjetiva. Es, además, un intento de explotar consecuentemente
una idea, por curiosidad de saber a donde lleva”
S. Freud

“Insensatos, pues no tienen preocupaciones por
pensamientos profundos, ya que creen 
que lo que no existió antes llega a ser 
o que algo perece y se destruye por completo”
Empédocles


Es conocido que dentro del desarrollo de la obra de Sigmund Freud, se puede encontrar una última modificación teórica acerca de las pulsiones, en ella sostiene la oposición entre dos fuerzas míticas que ejercen su acción en el campo del psiquismo, ellas son Eros y Pulsión de destrucción, “la meta de la primera es producir unidades cada vez más grandes y, así, conservarlas, o sea, una ligazón {Bindung}; la meta de la otra es, al contrario, disolver nexos y, así, destruir las cosas del mundo”[1]. 

Esta última visión sobre las pulsiones, data claramente desde su escrito Más allá del principio de placer (1920), en él Freud especuló sobre el origen de las mismas, pensó que “en algún momento, por una intervención de fuerzas que todavía nos resulta enteramente inimaginable, se suscitaron en la materia inanimada las propiedades de la vida. Quizá fue un proceso parecido, en cuanto a su arquetipo {vorbildlich), a aquel otro que más tarde hizo surgir la conciencia en cierto estrato de la materia viva. La tensión así generada en el material hasta entonces inanimado pugnó después por nivelarse; así nació la primera pulsión, la de regresar a lo inanimado”[2], posteriormente, surgió una oposición a este ímpetu de volver a lo inanimado, a ésta, que busca conservar la vida la llamará Pulsiones de autoconservación, y “son las genuinas pulsiones de vida; dado que contrarían el propósito de las otras pulsiones”[3], a éstas pulsiones de autoconservación son las que más adelante agrupará bajo el término de Eros

Es por demás interesante la especulación que hace Freud en este texto, pues no sólo intenta universalizar un fenómeno encontrado reiteradamente en la clínica y extrapolarlo, sino que además roza una postura cosmogónica, que aunque el mismo Freud declaró abiertamente que no estaba interesado en ella, no es posible pasar por alto su visión sobre el origen de todo, remitiéndolo a dos fuerzas metafísicas identificadas bajo el concepto de Pulsiones. 

En sus Nuevas conferencias de Introducción al Psicoanálisis, la conferencia 35 lleva por nombre En torno a una cosmovisión {Weltanschauung}, en ella Freud dice entender por cosmovisión (Weltanschauung ) “una construcción intelectual que soluciona de manera unitaria todos los problemas de nuestra existencia a partir de una hipótesis suprema”[4], por ello, niega categóricamente que el psicoanálisis posea una cosmovisión, pues el espíritu científico que mantiene lo hace estar sujeto a los cambios debido a los nuevos conocimientos. Sin embargo, Freud aclara al inicio de la conferencia que el término Weltanschauung es de difícil traducción a otros idiomas, él opta por esta definición. En la versión castellana de Luis López Ballesteros, aparece la traducción de la conferencia como El problema de la concepción del Universo {Weltanschauung}. Lo cierto es que una concepción del universo, no es necesaria y únicamente un todo unificado sobre una teoría, sino también responde al origen del mismo, algo que hace bajo la teoría de las pulsiones, y en este sentido, podemos entenderlo también como una cosmogonía, la cual, considero que sí posee. 

La postura de Freud acerca de estas fuerzas pulsionales, parecía ser original en el ámbito de la psicología o la medicina, pero no en la filosofía, campo al que Freud no era totalmente ajeno, de hecho él mismo identificó que la posición a la que había llegado, se asimilaba a la que el filósofo griego Empédocles había postulado hacía más de dos mil años, en ella “el filósofo enseña que existen dos principios del acontecer así en la vida del mundo como en la del alma, dos principios que mantienen eterna lucha entre sí. Los llama φιλία {amor) y νεῖκος; {discordia)”[5].

En efecto, Empédocles, natural de Acragas, llegó a postular el origen y movimiento del universo como la interacción de dos fuerzas contrarias, éstas luchan una contra la otra para restituir un equilibrio perdido por causa de su oposición, según Empédocles, en el comienzo había cuatro elementos primigenios, los cuales son el fuego, aire, agua y tierra, sin embargo, por medio de las fuerzas del Amor y el Odio, o Armonía y Discordia, fueron capaces de separarse y mezclarse unos con otros,  “el Amor o la Atracción reuniría las partículas de los cuatro elementos, desempeñando una función constructiva; la Discordia o el Odio separaría las partículas, provocando con ello la extinción de los objetos”[6].

Según cuenta Simplicio en la Física fragmento 158, Empédocles escribió: 

“Un doble relato te voy a contar: en un tiempo ellas (las raíces de todo[7]), llegaron a ser sólo uno a partir de una pluralidad y, en otro, pasaron de nuevo a ser plurales a partir de ser uno; dúplice es la génesis de los seres mortales y dúplice su destrucción. A la una la engendra y destruye su reunión, y la otra crece y se disipa a medida que nacen nuevos seres por separación. Jamás cesan en su constante intercambio, confluyendo unas veces en la unidad por efecto del Amor, y separándose en otras por la acción del odio de la Discordia”[8].

El filósofo presocrático, no duda en hacer de este proceso no sólo el origen sino el fin de todo cuanto existe, quizá por esto Freud intenta poner cierta distancia entre ambas teorías, argumentando que “media el distingo de que la del griego es una fantasía cósmica, mientras que la nuestra se ciñe a pretender una validez biológica”[9], aunque habría que señalar que en la misma visión de Empédocles “su aplicación más clara y más importante está, sin duda, en su teoría del nacimiento y la muerte del universo, pero la aplicó también al ciclo vital de los animales”[10], pero lo más importante de todo esto, es que en uno de los escritos póstumos, Freud no duda en llevar a esta oposición fuera del campo de lo biológico, declarando en su obra Esquema del psicoanálisis “esta acción conjugada y contraria de las dos pulsiones básicas produce toda la variedad de las manifestaciones de la vida. Y más allá del reino de lo vivo. La analogía de nuestras dos pulsiones básicas lleva a la pareja de contrarios atracción y repulsión, que gobierna en lo inorgánico”[11].

Considero que lo importante de la similitud de la filosofía de Empédocles y el psicoanálisis de Freud, no es sólo encontrar elementos en común en diferentes pensadores, sino entender la magnitud y dimensión de las consecuencias teóricas que se llegan a sostener, en último análisis, ambos recurrieron a postular dos fuerzas activas como necesarias, ello para completar la explicación del porqué se lleva a cabo el cambio, el movimiento, es decir, no basta con saber cómo está compuesto aquello que se investiga, sino que además es necesario conocer qué es lo que impulsa a estarlo de aquella forma y además a modificarse. En el caso de Empédocles, su interés es sobre la φύσις (Physis), su generación y movimiento, en el caso de Freud, sobre el psiquismo y su dinámica, pero ambos llegan a idénticas conclusiones.

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Referencias 


[1] Freud, S. Esquema del psicoanálisis. Tomo XXIII. Obras Completas. Ed. Amorrortu. Argentina. 1992. Pág. 146
[2] Freud, S. Más allá del principio de placer. Tomo XVIII. Obras Completas. Ed. Amorrortu. Argentina. 1992..  Pag. 38
[3] Ibidem. Pag. 40
[4] Freud, S. Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. 35ª conferencia. En torno a una cosmovisión. Tomo XXII. Obras Completas. Ed. Amorrortu. Argentina. 1992. Pag. 146
[5] Freud, S. Análisis terminable e interminable.. Tomo XXIII. Obras Completas. Ed. Amorrortu. Argentina. 1992. Pág. 247
[6] Copleston, F. Historia de la filosofía I. Edición Digital. pág. 58
[7] Los cuatro elementos
[8] Kirk. Raven. Schofield. Los filósofos presocráticos. Parte II. Editorial Gredos. Versión Digital. Pág. 103
[9] Freud, S. Análisis terminable e interminable. Op. Cit. Pág. 247
[10] Kirk. Raven. Schofield. Los filósofos presocráticos.  Op. Cit. pag. 104
[11] Freud, S. Esquema del psicoanálisis. Op. Cit. Pág. 147

sábado, 7 de julio de 2012

Dolor y síntoma en psicoanálisis




por José Vieyra Rodríguez

“Por cruel que suene, debemos cuidar
que el padecer del enfermo no termine prematuramente… 
de lo contrario corremos el riesgo de no conseguir nunca 
otra cosa que una mejoría modesta y no duradera”
S. Freud

Al parecer se ha convertido casi en un tabú hablar de curación en psicoanálisis, los argumentos la mayor de las veces son escuetos y casi dogmáticos, si bien Freud pugnó por establecer al psicoanálisis en alguna de sus acepciones como “un método para el tratamiento de trastornos neuróticos”[1], desde Lacan parece impensable hablar de una curación en psicoanálisis, así como su vertiente terapéutica. Lo cierto es que cada sujeto que llega al consultorio de un psicoanalista, poco le importa las cuestiones teóricas y las disputas sobre la cura analítica o la ética del psicoanálisis, el sujeto llega con un malestar, y plantea una demanda clara y concisa, la mayor de las veces nos plantea un malestar, nos dice que algo no anda bien, en otras palabras, nos presenta un síntoma y acude esperando una mejoría. 

Aún así, algunos analistas optan por desacreditar el hablar del sujeto, es común escuchar en algunos círculos académicos plantear de manera dogmática: “¿cuál es el motivo de consulta?”, después de que se responde con lo que el paciente dijo, el comentario obligado es “habrá que esperar a las siguientes sesiones, porque ese no es el motivo que lo trae”. En otras palabras, de entrada se desacredita la palabra en nombre de un inconsciente y un contenido latente que se obligará a buscar, en otros casos, a delirar para intentar asirlo. 

Tendríamos que plantearnos en este punto cuál es entonces el quehacer del psicoanalista que se coloca ahí, en el consultorio, tras el semblante, y que de alguna manera se presta al juego terapéutico y sin embargo no cree en él. De lo anterior no se desprende que no se piense como agente de cambio, sino que tendría que cuestionarse su posición frente al síntoma que aqueja al sujeto que se sienta o se recuesta frente a él.  

La cuestión fundamental es cómo se piensa el síntoma, más allá de su etiología represiva, pensar la teleología curativa, es decir, una vez frente a él, qué labor le corresponde al psicoanalista. En lo que confiere al inicio del tratamiento, es indispensable no plantarse como meta la eliminación del síntoma, pues si entendemos como síntoma aquello “imposible de soportar” , aquello que por medio del síntoma se sabe que eso no anda, que eso falla –o ríe o sueña–, pero que por medio de ello mismo se puede hacer algo, pues identificar lo que falla sirve como brújula en el mar de las pulsiones psíquicas y los procesos primarios. En otras palabras, si nos planteáramos en un inicio su eliminación, sería tanto como borrar las coordenadas que nos guiarían en el proceso analítico, además de advertir que su supresión la mayor de las veces va de la mano de la sugestión y no de la relación transferencial puesta en juego en un análisis. 

Utilicemos una analogía con la medicina; cuando un paciente acude al médico, éste pregunta qué le duele, tras una revisión de los síntomas, se orientará a buscar la causa de dichos dolores y no la supresión inmediata de los mismos, pues toma en cuenta que el dolor físico es necesario para orientarse hacia el origen del mismo. Por ello, una enfermedad tan extraña como la Insensibilidad congénita al dolor con anhidrosis, es además de una alteración, un impedimento u obstáculo para el diagnóstico y la curación de otras enfermedades que se presentan, pues dicha enfermedad congénita, es una alteración del sistema nervioso que produce una ausencia total del dolor, lo que precisamente la hace alarmante, pues el cuerpo está desprovisto de un arma valiosa como lo es el dolor, ya que él, aunque se manifiesta como molesto e insoportable para la persona, es la forma de saber orientarse en un mundo potencialmente peligroso a la supervivencia, y a la vez una forma de saber qué no anda bien en el cuerpo, qué falla en él.

De la misma manera, en el mundo psíquico, plantearse como meta la supresión del síntoma es tanto como renunciar a la curación analítica, pues ésta precisamente se da en el marco del conocimiento del origen fantasmático que articula al síntoma. Por ello se insiste en la vieja polémica contra la medicación psiquiátrica, la cual busca callar lo que el síntoma grita. Al igual que el nutriólogo que se sirve de pastillas para reducir el apetito, consiguiendo con ello la reducción de ingesta de alimentos en el paciente y su correspondiente pérdida de peso, pero esto no significa que el paciente ha emprendido un cambio en hábitos alimenticios, ni mucho menos un conocimiento del porqué la comida funciona como objeto de un cierto goce oral de incorporación de algo que falta. El nutriólogo que lleva a cabo esta práctica tramposa, consigue resultados, pero no son duraderos, no atacan el origen del problema y peor aún, sustituye una ingesta por otra: la comida por la pastilla, pero en última instancia, el síntoma persiste, el cambio de ingesta no hace diferencia, mientras se siga tragando esperando que por fin aquello que pasa por la boca (sea comida o pastilla) es lo que terminará por hacer feliz. 

En resumen, no es banal que se insista en que el síntoma en psicoanálisis es fundamental,  y que ante él debemos posicionarnos claramente, no como enemigos sino como aliados y agentes de cambio, buscando hacer del síntoma algo de lo cual el sujeto ya no se queje, “que devenga el motor pulsional de su acto, que puede estar por lo tanto al servicio de la sublimación, bajo la forma de la creación artística o científica, etcétera” [2] 

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Referencias bibliográficas


[1] Freud, S. Dos artículos de enciclopedia. Psicoanálisis y libido. Ed. Amorrortu. Vol. XVIII. Argentina. 2005.
[2] Lombardi, G. La clínica del psicoanálisis 2. El síntoma y el acto. Ed. Atuel. Argentina. 1998. p.p. 28