viernes, 29 de octubre de 2010

Filosofía culinaria



La lectura es como el alimento;
el provecho no está en proporción de lo que se come,
sino de lo que se digiere
Jaime Luciano Balmes




En algunas ocasiones, al iniciar la impartición de un curso de Filosofía me he visto obligado a definir, al menos parcialmente, el significado de lo que dicha disciplina es. Ante esta problemática, comúnmente ante mí se bifurcan al menos tres posibles caminos, los cuales prometen una respuesta –aun limitada– de lo que significa. Por un lado se puede optar por la explicación etimológica y sugerir apresuradamente que Filosofía proviene del griego φιλος (philos = amor) y σοφος (sofos = sabiduría), por lo que podemos comprender a la Filosofía como un amor a la sabiduría, término que, según la tradición, fue creado por Pitágoras, matemático y filósofo griego del siglo VI a.C.

De la misma forma, también podemos omitir la definición etimológica, y orientarnos por medio de elaboraciones dogmáticas y fundamentadas en argumentos de autoridad que nos darán por resultado únicamente saber qué es lo que han entendido algunos filósofos por este término.

A su vez, tenemos una última opción, la cual radica en crear una disertación compleja que nos puede llevar a elucubraciones sofisticadas y poco útiles para el inicio de un curso de Filosofía, pues nos terminarán dando muchos más problemas que soluciones.

Debido a lo anterior, he concluido que una posible forma de transmitir lo que la Filosofía es, puede darse a través de una analogía con el arte culinario.

La Filosofía, pues, es un platillo exquisito y exótico, propio de diferentes lugares y tiempos, sin embargo, debido a su propia cualidad de especificidad, es imposible el poder elaborarlo y consumirlo de manera aislada desde un comienzo. Este platillo hay quienes lo conocen solamente por referencias, por comentarios que han escuchado, y es a partir de ahí que les ha surgido la inquietud de probarlo. También hay otros a quienes al platillo lo conocen por haber olfateado el tremendo aroma que es capaz de producir, especialmente cuando es cocinado por aquellos expertos que saben bien de su preparación, así es que muchos a partir de allí, les ha nacido la clara intención de conocer más sobre este platillo que les fue capaz de atrapar con tan sólo su aroma.

De la misma forma que un platillo con dichas características, la Filosofía es imposible llegar a su creación y degustación de una forma individual y sin orientación previa, pues al igual que las comidas muy elaboradas, una vez atrapados por su olor, vista u otras cualidades, lo primero es conocer un poco de sus ingredientes, saber cuáles son aquellos que necesitaremos para iniciar su preparación. Si bien podemos recurrir a un recetario de un chef reconocido y leer directamente ahí sus ingredientes y modo de preparación, lo cierto es que invariablemente si queremos llegar a un perfeccionamiento del mismo, en un primer momento requerimos la guía de alguien versado en el tema. Así es como arribamos a la necesidad inicial de un maestro en Filosofía.

Nuestro maestro y experto en cocina, nos irá guiando en los pasos que debemos seguir para la preparación de nuestro platillo, nos conducirá lentamente desde la explicación teórica de los ingredientes que requerimos, hasta llegar al punto en el cual tenemos todo listo y comenzaremos su cocción. De hacerlo de la manera adecuada, desde antes de que esté listo, tendremos aromas tan fuertes y atrayentes que en la mayoría de las ocasiones incluso el lego en cocina sabrá distinguir la calidad de lo preparado. Es claro que el aprendiz no logrará la calidad y sazón del experto en las primeras aproximaciones, pero está en él el perfeccionamiento e incluso la superación del maestro.

Por supuesto, el arte culinario no termina en su preparación, la parte esencial es la degustación, para lo cual una vez hecho y servido, nos disponemos a saborearlo: todo está listo para comerlo.

Una vez servido, hay quienes lo devoran vorazmente sin tomarse la molestia de saborearlo, mientras que otros se toman un tiempo para contemplarlo incluso antes de comenzar, sin embargo, lo importante es el primer momento en que se prueba, pues así sea exquisito y hecho con los mejores ingredientes, hay incluso quienes resultan alérgicos a esta comida y no lo sabían hasta el momento mismo de probarla, son ellos quienes una vez que comienzan a comerlo, no tardan en levantarse de la mesa excusándose de algún pequeño malestar, dirigiéndose inmediatamente al baño para deponer todo aquello a lo que han estado expuestos, en otras palabras, es el rechazo claro a la incorporación de la propuesta filosófica, son aquellos quienes se han acercado a la mesa por sentirse comprometidos de alguna u otra manera con el cocinero más que con el gusto de probar la comida misma, de hecho son capaces de generar una aversión para este platillo y nunca más probarlo. Esto sucede comúnmente con quienes están acostumbrados a comidas populares, preparadas con ingredientes chatarra y cocinadas velozmente, son ellos quienes tienden a rechazar esta comida que tildan de esnobista y poco comestible.

Una vez depurados por una suerte de filtro natural, en la mesa sólo quedan aquellos cuyo apetito y predisposición es adecuado para este platillo. La mayoría tienden a saborearlo lentamente, la plática de sobremesa es común que gire en torno al platillo degustado o bien a algunos otros cuya preparación conocen ellos mejor que su acompañante de mesa. Una conversación de esta índole nos la proporcionó Platón en su Banquete, diálogo con perfecta simetría con lo hasta aquí expuesto.

Regresando un poco atrás en nuestra analogía, es pertinente señalar que más allá de los ingredientes y modo de preparación, invariablemente hay algo que se mantendrá como elemento primigenio e inalterable en todos los posibles platillos que se pueden cocinar, y me refiero precisamente al fuego. Y es que cómo postular una mejor analogía al respecto del elemento necesario e invariable, cuando precisamente para Heráclito, filósofo de los denominados por la historia oficial como “presocrático”, postulaba justamente al fuego como representante del λóγος (Logos), es decir, de la Razón. Para Heráclito, el λóγος es movimiento y principio, aquello por lo cuál todo transcurre y gracias a él los contrarios pueden subsistir armoniosamente, “el fuego eterno es indigencia y hartura”, y es gracias al fuego como los ingredientes pueden entremezclarse en un platillo y conforme a él surgirá la perfecta armonía de los contrarios generando toda una nueva forma en su mismísima contradicción ontológica.

Es importante señalar que nuestra analogía no terminará aquí, pues de hecho, al igual que la alimentación, la Filosofía podemos catalogarla necesaria para brindarnos energía adecuada para nuestra actividad cotidiana, para nuestra vida general. Pero aún cuando digamos que la comida es necesaria para el funcionamiento de nuestro ser, invariablemente sea lo que sea aquello de lo que nos alimentamos, el resultado siempre será el mismo, y me refiero a que una vez saboreado, sintiéndose saciado –aun sea momentáneamente, pues pronto surgirá el hambre de nuevo–, y hecha la correcta digestión con lo cual el cuerpo está nutrido para continuar subsistiendo como unidad, posteriormente se desechará un resto inservible, se expulsará algo como sobrante de aquello que parecía perfecto, se defecará el platillo y tendremos como resultado: mierda.

De la misma forma, la Filosofía es el alimento del Alma, para su preparación se requiere una guía inicial, pero también de ciertos elementos invariables, y aun cuando es necesaria para nuestra existencia, hay quienes optan por omitirla de su dieta, sin embargo, somos muchos los que estamos convencidos de sus beneficios, y que cotidianamente nos servimos de ella, pues la Filosofía es para la vida, incluso aquella que reflexiona sobre la muerte. Día con día, sin embargo, nos encontraremos con el resultado final de la incorporación de ella, es decir, con la mierda, un sobrante inservible del que tenemos que deshacernos, pues de la misma forma que la mierda, una vez muertos, no nos la llevaremos, la dejaremos de donde provino, en el mundo de los otros.


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