jueves, 30 de septiembre de 2010

Un mito de Platón a Freud


“La doctrina de las pulsiones es nuestra mitología”
Sigmund Freud




Dentro del lenguaje popular, es común considerar al mito como sinónimo de mentira, leyenda o cuento, sin embargo, esto no es necesariamente así en Filosofía, y mucho menos en la obra de Platón (427 a.C. – 347 a.C.), cuya filosofía aún se encuentra en el tránsito decisivo del μῦθος (mythos) al λóγος (logos), es decir, del paso de los mitos como formas de explicaciones del cosmos basadas en sucesos sobrenaturales o divinos, al momento en el que se considera a la racionalidad como forma de obtención de conocimiento verdadero.

Para Platón, narrar mitos no es necesariamente estar alejado de la reflexión rigurosa de la filosofía, por el contrario, éstos nos ayudan a establecer alegorías e imágenes que son más fáciles de captar para poder comprender o al menos acercarnos a la verdad. Así, este filósofo ateniense, es famoso por sus explicaciones de su filosofía a través de mitos. De hecho para “hacer comprender la naturaleza (de algo superior), basta una ciencia humana y algunas palabras” (Fedro o de la belleza), es decir, basta una comparación con algo ya conocido previamente por el hombre y el lenguaje que cree nuevos significados.

En psicoanálisis, por otra parte, tampoco los mitos han sido ajenos a la disciplina. Desde sus comienzos, Freud echó mano de muchos elementos que se encontraban fuera del campo comúnmente visitado por los médicos y psiquiatras para obtener conocimiento acerca del ser humano, quiero decir, Freud siempre consultó a los artistas (poetas, dramaturgos, escultores, pintores) para que le enseñaran sobre la verdadera naturaleza del hombre. Por su parte, incluso no tiene inconveniente en colocar como parte central de su teoría a un mito inspirado en una tragedia –precisamente– griega, me refiero al Complejo de Edipo.

Particularmente, estos dos autores convergen más de lo que comúnmente se está dispuesto a aceptar, como caso concreto, elaboraré la conexión entre el mito del carro alado y la segunda tópica de la metapsicología freudiana.

Platón, en su Diálogo Fedro o de la belleza, narra un encuentro que sostuvieron Fedro y Sócrates, y por medio de la voz de éste último, expone un mito con el cual intenta dar cuenta del origen del alma, y en particular, de la naturaleza de las pasiones del hombre.


El alma se parece a las fuerzas combinadas de un tronco de caballos y un cochero; los corceles y los cocheros de las almas divinas son excelentes y de buena raza, pero, en los demás seres, su naturaleza está mezclada de bien y de mal. Por esta razón, en la especie humana, el cochero dirige dos corceles, el uno excelente y de buena raza, y el otro muy diferente del primero y de un origen también muy diferente; y un tronco semejante no puede dejar de ser penoso y difícil de guiar […]



La virtud de las alas consiste en llevar lo que es pesado hacia las regiones superiores, donde habita la raza de los dioses, siendo ellas participantes de lo que es divino más que todas las cosas corporales […] Los carros de los dioses, mantenidos siempre en equilibrio por sus corceles dóciles al freno, suben sin esfuerzo; los otros caminan con dificultad, porque el corcel malo pesa sobre el carro inclinado y le arrastra hacia la tierra, si no ha sido sujetado por su cochero. Entonces es cuando el alma sufre una prueba y sostiene una terrible lucha.



En otras palabras, en el alma del ser humano, existen dos tendencias, por un lado aquella que se dirige hacia el bien, las regiones superiores y la contemplación, mientras que por otro lado está la fuerza que se rebela, se inclina hacia las cuestiones terrenales y denigrantes. A estas dos fuerzas se les opone el cochero, que será quien intente librar la batalla de las fuerzas opuestas y dirigir hacia lo que considera mejor, es la parte racional del alma. Más adelante Platón nos dice que las almas que sólo han logrado entrever a las esencias o ideas en su ascenso y que caen debido a la fuerza de la lucha entre los corceles, se encarnarán en un cuerpo de hombre, y deberán aquí recordar (reminiscencia platónica [aquí también podríamos elaborar un símil entre la reminiscencia platónica y la propuesta por Freud como explicación primera de la histeria]) lo contemplado previamente para que tengan la posibilidad de ascender de nuevo hacia la bóveda suprema (topus uranus) en el que se halla la verdad del ser.

Lo anterior, por supuesto, sobrepasa los meros límites descriptivos en cuanto al ser y llega a tener implicaciones de índole ético, por ejemplo, pero también podemos aventurarnos a comprender la psicología de la filosofía de Platón.

Más de dos milenios después, Sigmund Freud nos propondrá una manera innovadora de comprender la psique del hombre. En un primer momento, su doctrina se basó particularmente en la idea que sostenía la existencia de un sistema psíquico compuesto por el inconsciente y lo preconsciente-consciente. Pero después, en particular en la segunda mitad de la década de 1910, reformuló su teoría y terminó por proponer además al Ello, el Yo y el Superyó.

Para Freud el Ello es el reservorio primero de la energía psíquica, regido únicamente por el principio de placer, lo que conduce a dirigirse solamente en relación a la búsqueda del placer sin mediación alguna. Por otra parte está el Yo quien debido al contacto continuo con el mundo exterior, se desprende (sólo en cierto grado) del Ello para intentar mediar entre las exigencias del mundo exterior y las suyas, es decir, del Ello. El Yo es la parte relativamente racional, tópicamente es la más cercana a la conciencia pero no por esto consciente en su totalidad. Por último, está el Superyó, última instancia que se puede considerar como el censor y el juez del Yo, emergido no tan sólo del contacto con la realidad exterior, sino además con las exigencias autoritarias del mundo impuestas aún en contra de su voluntad, así, funciones como la conciencia moral o la formación de ideales, son adjudicadas a esta última instancia.

Para comprender la relación entre estas tres instancias, Freud en El Yo y el Ello (1923) lo hará a través de una alegoría:


La importancia funcional del yo se expresa en el hecho de que normalmente le es asignado el gobierno sobre los accesos a la motilidad. Así, con relación al ello, se parece al jinete que debe enfrenar la fuerza superior del caballo, con la diferencia de que el jinete lo intenta con sus propias fuerzas, mientras que el yo lo hace con fuerzas prestadas. Este símil se extiende un poco más. Así como al jinete, si quiere permanecer sobre el caballo, a menudo no le queda otro remedio que conducirlo adonde este quiere ir, también el yo suele trasponer en acción la voluntad del ello como si fuera la suya propia.




Y en las Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933) en la Conferencia 31 repite la comparación:


Podría compararse la relación entre el yo y el ello con la que media entre el jinete y su caballo. El caballo produce la energía para la locomoción, el jinete tiene el privilegio de comandar la meta, de guiar el movimiento del fuerte animal. Pero entre el yo y el ello se da con harta frecuencia el caso no ideal de que el jinete se vea precisado a conducir a su rocín adonde este mismo quiere ir.



Esta alegoría prácticamente nos ilustra una similitud fundamental entre la psicología implícita en Platón y la propuesta por Freud, mientras que en Platón el alma es conducida por un par de caballos alados, y uno de ellos asciende hacia el bien, el otro jalonea hacia lo que desea, el ímpetu que tiene, mientras, el cochero intenta dirigir aunque en realidad no es más que un jinete sin voluntad. En Freud, de igual manera, el Yo está condenado a intentar dirigir al caballo (Ello), pero el jinete (Yo) lucha, sin embargo, termina por dirigirse hacia dónde el caballo desea, no obstante, en este apartado sólo cabría agregar que el deseo o voluntad del jinete también está condicionado, podríamos decir que por un ideal de a dónde se quiere dirigir, en este caso, éste lo proporcionaría el Superyó, ese caballo alado que en Platón se dirige –precisamente– a las Ideas, al bien, lo supremo, y por lo mismo, inalcanzable.

Freud, incluso va más allá, interesado en dar cuenta de una forma más detallada de dónde proviene esta motivación del caballo de dirigirse hacia determinada acción, propone las pulsiones, visión temprana y fundamental en la obra freudiana. La pulsión es aquella fuerza (empuje) que se presenta como relación fundamental entre el objeto y la satisfacción, con la mediación del cuerpo mismo como entidad biológica. Las pulsiones, debido a sus propias características, son aún más indeterminadas e incluso podríamos decir, indefinibles, que las instancias psíquicas, debido a esto el mismo Freud acepta:

La doctrina de las pulsiones es nuestra mitología, por así decir. Las pulsiones son seres míticos, grandiosos en su indeterminación. En nuestro trabajo no podemos prescindir ni un instante de ellas, y sin embargo nunca estamos seguros de verlas con claridad. Ustedes conocen el modo en que el pensamiento popular se maneja con las pulsiones. Supone tantas, y de tan variadas clases, como necesita: una pulsión de reconocimiento por los demás, de imitación, de juego, de sociabilidad, y muchas otras de este tipo. Podría decirse que las toma, espera a que realicen su particular trabajo, y las vuelve a dejar. Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933 [1932]) 32ª conferencia.



El trabajo psicoanalítico desde sus inicios, se ha nutrido del arte, la filosofía e incluso de la mitología, herramientas olvidadas casi en su totalidad por las ciencias, incluso las sociales, sin embargo, en filosofía y en psicoanálisis, sabemos que los mitos generan un conocimiento que incluso puede ser más clarificador que la más certera cuantificación de datos.